Noches de Magia #6
- Jheyder L. Ruiz
- 30 ago 2020
- 6 Min. de lectura
Gracias por continuar leyendo esta serie de textos, mis noches de magia, en esta ocasión continuamos las #CartasAUnPerfectoExtraño, con un episodio muy particular: Tormento; ¿alguna vez has sentido cómo tu mundo se cae a pedazos y no puedes detenerlo? Pues bien, esto me sucedió a mí, el resultado fue sentirme envenenado y desolado; todo el amor dolía y la vida se me iba de las manos. Actualmente veo que ya no me siento tan intoxicado y la cicatriz ahí está formándose tan visible como la herida, a veces siento que incomoda, pero estoy seguro que sigue sanando.
Yo conocí la calma antes de la tormenta y conozco el caos después de ella. Sobreviví a una tormenta en mi cabeza. No estoy seguro pero agradezco el dolor, porque no habría valorado lo que tenía; la traición para no volver a confiar en solo palabras y caras bonitas, el putazo en las bolas por mostrarme que no soy mejor que nadie, pero soy el mejor siendo yo. Esto no es un reproche ni un reclamo, esto es solo un recuerdo, de aquellas noches de tormentas.
Esto es una confesión de un corazón herido, que se había imaginado ser el único en la vida de alguien, pero despertó de aquel ensueño con una explosión. Bienvenidos a mi tormento...
Nos encontramos en un lugar sin esperanza, yo te dí la mano pero enamorarme de ti fue mi más grande error, quiero escucharte decir mi nombre cuando beses sus labios, quisiera que te quedarás, aún cuando tú no me quieres a mí; yo sólo fui un juego más para ti, te presumí y tú sólo me traicionaste, yo estuve para ti pero tú partiste cuando las cosas fueron a mal para mí. Es tiempo de confesar, lo que en mis noches de locura llegué a pensar.
Tormento
Jheyder L. Ruiz

¿Recuerdas aquel día, cuando prometiste que estarías conmigo a pesar de lo malo que pudiera pasar? Probablemente no puedas, porque tan pronto tuviste la oportunidad te alejaste, dejándome en el peor lugar. No pienses mal baby, esto no es un reclamo, tampoco un reproche, solo quería que tú supieras como me sentí la vez que decidiste marcharte, cuando preferiste seguir una nueva ilusión ya que yo te había aburrido. Quiero agradecerte por todas las cálidas mentiras, por todas esas palabras dulces que yo quería escuchar y salían de tus labios; por haberme tomado de las manos cuando tenía miedo y me refugiaba en ti, pero sobre todo por las lecciones aprendidas cuando te perdí.
Es verdad que nos encontramos en un lugar obscuro y sin esperanzas, te presentaste como mi amigo diciendo que estabas pasando algo similar; tonto de mí, quise sentirme tu superhéroe y salvarte, apenas podía con el peso de mi mundo y cargué también el tuyo. Aprendí de ti a romper estereotipos, a que el rosa y el azul no son más que simples colores que no definen a ninguna personalidad, pero también me enseñaste que los besos sí se pueden dar a cualquiera, aunque a diferencia tuya yo siga prefiriendo darlos a alguien especial.
Voy a contarte lo que pasaba aquellas noches desde mi soledad, cuando consideraba que “tú y yo” era el punto de partida para nuestra historia, me aferré a esa idea con una jodida necedad; entiendo que no fue tu culpa que yo estuviera tan desesperadamente necesitado de una emoción parecida al amor, fue culpa mía, fue culpa de mi ridícula obsesión de encontrar a mi otra mitad; y es que sabes bien que mi mente no funciona como una normal, por mucho que yo lo desee, hay cosas que no se pueden obtener. Tanto miedo tenía de perderte y no porque te amara tanto, sino porque te había entregado una pieza tan grande de mí, que temía que nunca fuera suficiente para ti, ya no sería de tu agrado tanta locura que yo contenía. Me mentí, me inventé una historia donde yo había borrado los recuerdos de tu viejo amor y tú me amabas con desenfreno y pasión, tanto quise lograr mi cometido que no me permití mirar que me estaba descuidando a mí mismo.
Aquellas noches se encargaron de llevarme de vuelta al mundo real, se estrelló en mi cara el tormento de la ansiedad y pude mirar que mis miedos llegaban uno a uno a mi realidad. El primer miedo que tuve fue darme cuenta de que no era bueno dar tanto amor hacia alguien más, y es que ¿por qué si tanto me querías tenía que comprar todo empaquetado para demostrar lo que sentía?, seguro que, si el amor se vendiera embotellado habría comprado todo el almacén para regalártelo, cuando debía pensar en tenerlo para mí.
Entonces descubrí que también guardaba en mí al narcisismo, miserablemente me di cuenta que estaba ocultando mi rostro real y no era tan perfecto ni tan hermoso como antes creía. Corría de aquí para allá, ansiosamente en mis perturbaciones mentales, mientras me daba cuenta que toda la parafernalia de la que me había rodeado para esconderme, era mentira y mientras mi ego perdía sentido, más se alejaban todos, incluyéndote, y yo caía.
Una noche oscura llegó el momento que me temía, me topé de frente con mi reflejo, mi mayor miedo: “yo mismo”, tanto había querido escapar de mí entregándolo todo para que alguien me quisiera, porque heme aquí que yo no podía. La desesperación corría en torno a mí en tanto la noche avanzaba, buscaba por ti de manera desesperada, entonces te vi allí en otros brazos, besando otros labios, tan cerca de mi presencia y tan lejos de mi corazón.
La ira fue lo primero que sentí, después de unos golpes a la pared el dolor ya no fue físico, fue real, fue esa clase de dolor que te deja sin respirar; y los gritos ya no se escuchaban en el vacío, pero dentro de mí retumbaban; veía como los muros de mi cordura caían pedazo a pedazo y dejaban expuesto aquello que tanto había escondido, lo vi claramente, una figura ahogándose entre la mierda y en harapos, me vi y me encontré.
Yo intentaba gritar, pero la voz ya no me salía, parecía ahogarse entre el estiércol y otras porquerías; intenté correr también, pero me hundía. Pensé despertar de un mal sueño, quizá la noche había terminado, pero ya no estaba mi cordura, parecía haberse quedado en la oscuridad para encontrar a ese alguien que había perdido, la desesperación estaba junto a mí en la cama que parecía mi tumba, no había lugar a donde ir, no podía correr, no podía morir, quería encontrar la luz, pero la noche regresó, con eco y desilusión escuché tus palabras diciendo claramente: “adiós”.
Aparecí entonces de vuelta en el lugar donde estábamos solo dos, parados en un pantano donde no había salvación, estaba intentando salvar a alguien mientras me hundía yo. Caímos juntos, abrazándonos. El sol comenzaba a salir y su luz mi rostro iluminó, desperté otra vez, pero entonces ya no estaba en mi habitación, los pasos y batas blancas me hicieron darme cuenta que había llegado al hospital. No supe cuánto tiempo transcurrió, pero me dieron algo que me ayudó a nadar entre el mar de mierda en mi cabeza y alcanzar algo similar a la paz. Ahí estábamos llorando el rescatado conmigo; mientras tú te encontrabas haciendo un postre, besando otros labios y siendo el novio que siempre quise fueras conmigo, pero ese que estaba contigo no era yo.
Escuchaba que le decías: “vas a estar bien, necesitas descansar”, me quedé abrazado de mí mismo, atragantado con la mierda que había tragado mientras salía. El rescatado a mi lado comenzó a darse cuenta de mi identidad y enfurecido y triste comenzó a golpearme y gritarme. Lloré pidiéndole perdón, porque también me di cuenta que él era yo y que había dejado de cuidarme, que casi iba a matarme. Escuché sus reclamos, soporté sus golpes y entonces le respondí justificando que no era mi culpa, buscando excusas; él me arrancaba la ropa y también sus trapos cayeron. Me percaté de lo evidente, teníamos las mismas heridas, los mismos cortes y los mismos golpes, algo negro salía del lugar donde estaba nuestro corazón.
Intenté pedirle perdón, pero él solo quería golpearme y terminó llorando sobre mí. Los días que siguieron vomitábamos todo, una espesa negrura salía de nuestro estómago. Él me decía que nada estaba bien, que nos merecíamos eso, porque los chicos como nosotros no merecíamos más. Hablaba conmigo mismo a todas horas, pero en el mundo de afuera yo no hablaba con nadie, nadie aparte de mí me comprendía. Tú me mandaste mensajes para saber cómo estaba, y yo ilusionado respondía, al volver adentro con tristeza miraba como una nueva herida se abría, volví a hablar conmigo y me prometí cuidarme un poco más, al instante recibí una bofetada por mentiroso, lo mismo había dicho tiempo atrás. Ya no nos ahogábamos en la mierda, la mierda se iba perdiendo, a cambio venía lodo, con ropa cara, muñecas y celulares brillantes. Pedazos de vidrios de copas que bebimos. Yo sabía que estaba mal.
¿Tú qué sabes de dolor, si cuando tu tormenta empezó me tenías a tu lado? No obstante, cuando la mía comenzaba todos se habían esfumado, y no porque ellos quisieran irse sino porque mi egolatría los alejaba, pues yo no quería lastimar a nadie, pero terminé lastimándome yo mismo. ¿Tú qué sabes de soledad, si cuando mi mundo colapsó, no hubo nadie más? No estabas tú, te habías ido, dejándome solo, en el tormento y el olvido.

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